sábado, 25 de septiembre de 2010

Todavía no he hecho nada de lo que me prometí hacer. Salvo el desayuno. Escribir resulta lo más satisfactorio que encuentro en estos momentos. Seguramente me equivoque, seguramente no haga lo que debo, pero es que de alguna manera tengo que vivir en estos momentos. Tal vez algún día alguien (o yo misma) me reprochará todo esto.

La ética doblega y el instinto toma la cabeza.

La noche me confunde, ya no tengo 18 años.
¿Y ahora qué?
Eres un cabrón y un mujeriego, me dices.
Valiente sinceridad.
¿Y ahora qué?
Yo en mis tardes canto al amor, pero esto nada tiene que ver con eso.
Solo tienes un problema, la noche, me dices.
Y me susurras las mieles del placer.
Valiente adulador.
La transparencia de intenciones me gusta.
No quiero que apartes tus ojos de mí.
Tampoco quiero que acabe esta noche.
No quiero los días donde el camino me pesa tanto.
Los horas en que te extrañaré, aunque no me gustes nada o casi nada.

Hace semanas ya, y hoy me llamas. Y yo no sé.

Tú ya no te enamoras, y yo tampoco te dije. Pero sabes que detrás de esas afirmaciones se esconden muchas razones. Sabes? Cuando yo sufro de una especie de enamoramiento, toda mi persona se nubla, y huyo. Descubrí que hay una forma de enamorarme que lo único que hace es hacerme daño. Quizás tú también lo sabes. Así que, como dijimos, tanto tú como yo ya no nos enamoraremos.

-¿y lo has estado alguna vez?
-Sí, dos veces. Pero ellas tenían la cabeza un poco alocada…bla,bla,bla… no sabían lo que querían.
Y pensé, querido cabrón, espero que hayas escarmentado de esas dos veces que te has enamorado, porque es probable que yo cumpla ese perfil.

En el fondo, sí sabían lo querían.

No hay comentarios: